A lo largo de numerosas obras, Vidal-Naquet ha intentado mostrar que un relato hístórico no es nunca unívoco, sino que en él hablan múltiples voces, sin olvidar, además, que la lectura de cada relato evoluciona a lo largo de los siglos en función de las preocupaciones ideológicas y políticas de cada época. La relectura permanente de los textos antiguos Ilevada a cabo por Vidal-Naquet se centra en el caso de El espejo roto en las grandes tragedias griegas, consideradas como fenómeno indisolublemente social, estético y psicológico. Las obras de Esquilo, de Sófocles o de Eurípides son aquí sometidas a un análisis estructural, a una investigación de la intención literaria y a un desmontaje sociológico para concluir, contra la tesis del «espejo» heredada de Stendhal -según la cual la literatura es el reflejo directo de la situación política en que nace-, que «no es necesario ver en la tragedia un espejo de la ciudad; o más exactamente, si se quiere mantener la imagen de un espejo, ese espejo está roto y cada fragmento remite a la vez a una realidad social y a todas las restantes, mezclando estrechamente los distintos códigos: espaciales, temporales, sexuales, sociales y económicos, por no hablar de ese otro código que constituye el sistema, ampliamente imaginario, de las clases de edad. Si los atenienses hubiesen querido un espejo tan directo como fuese posible de la sociedad tal como la veían, no habrían inventado la tragedia, sino la fotografía o el informativo cinematográfico». |