| Hay que destacar las distintas conexiones de sor Juana Inés de la Cruz con el ancho mundo, su no aislamiento; para ello basta repasar las copiosas ediciones de su obra en vida, su apasionamiento por cualquier tipo de saber, la versatilidad de su obra (y no sólo desde el punto de vista de los géneros), sobre todo porque durante largo tiempo la crítica ha tendido a prestar a esta autora, y a otras muchas, como excepciones doblemente aisladas: como figuras únicas, que, más que como ejemplo, se presentaban como contraespejo en el cual el resto de las mujeres no podían verse o aspirar a emular y como seres que vivían en total extravagancia y soledad. Juana Inés de la Cruz no estaba sola sino, por ejemplo, en compañía de un nutrido grupo de escritoras de la Península (algunas de ellas portuguesas), formado por damas nobles y monjas instruidas y cultas, escritoras como ella, que se reunieron en un grupo llamado "Casa del placer". La pertenencia de Juana Inés de la Cruz a un colectivo como éste, además de ser una bella muestra de la relación de sororidad entre creadoras, pone de manifiesto que su defensa del derecho a aprender, a escribir, a tener un pensamiento propio y a llevar una plena vida intelectual, no era una reivindicación meramente personal sino que la hacía extensiva al resto de las mujeres y era reconocida y agradecida, en justa correspondencia, por ellas. También se relacionó y creyeron en ella algunos de sus más preclaros e interesantes colegas. |
