Si curarnos y sanar ante la enfermedad es una ilusión de la humanidad tan antigua como ella misma, si conseguir que lo perecedero sea imperecedero, si además esta ilusión y este deseo se terminan convirtiendo en una singular locura de nuestros días aunque posiblemente acabe en encarnizamiento terapéutico y si asimismo toda esta dinámica puede parecer como lo más normal del mundo, ¿no sería lo más correcto preguntarnos qué podemos hacer para cambiar esta incansable dinámica demandante que no termina de culminar nuestros deseos de infinitud? ¿qué le podemos pedir a la atención, curación y cuidados del siglo XXI? Pues que intente curarnos siempre que pueda, que intente mejorar nuestra situación y calidad de vida, lo más a menudo posible, pero que nos cuide siempre con una atención y un cuidado integral, no como una enfermedad, ni como un número de historia clínica, ni como una patología, sino como personas y con la mayor dignidad posible.
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