«Ahora bien, si hay algo en la vida humana que conviene afrontar con vacilación y que incluso se debe evitar, conjurar y mantener lejos por todos los medios, es sin duda la guerra, pues nada es más impío o más dañino, más ampliamente pernicioso o más persistente y tenaz; nada es más repugnante y totalmente indigno de un hombre, por no decir ya de un cristiano. Y sin embargo sorprende cómo hoy se emprende la guerra por todas partes, con la mayor ligereza y por cualquier motivo; con qué crueldad y barbarie se la lleva a cabo, no únicamente entre los paganos, sino hasta por los mismos cristianos; y no sólo profanos, sino incluso sacerdotes y obispos; no sólo jóvenes e inexpertos, sino incluso ancianos muy experimentados; no sólo la plebe y el vulgo por naturaleza versátil, sino sobre todo los príncipes, cuya obligación sería componer con sabiduría y razón los movimientos irreflexivos de la necia multitud. Y tampoco faltan jurisconsultos y teólogos que azuzan a estos crímenes y, como suele decirse, estimulan con el agua fría. El resultado de todo ello es que actualmente la guerra es algo tan habitual que los hombres se sorprenden de que haya alguien a quien no le guste; tan reconocido y aceptado que resulta impío y casi diría herético reprobarla, como si no fuera la cosa más criminal y también la más deplorable [...]». |