Manhattan, no hace tanto. ¿Dónde más podrían vivir Marina, Danielle y Julius, tres buenos amigos que, entre «consagrarse a las Grandes Ideas» e ir a una fiesta, prefieren sin duda «ir a la fiesta de las Grandes Ideas». Tal vez por eso empiezan a hacerse viejos sin haber alcanzado el éxito. O la idea que sin mucho alarde de originalidad tienen del éxito. Y en ello se les va la vida. Danielle trabaja como productora de televisión y busca debajo de las piedras la idea para un documental que la haga famosa. Marina, la bellísima hija de un periodista e intelectual de renombre, está dispuesta a probar que no es sólo una hermosa hija de papá, pero no sábe muy bien cómo lograrlo. Julius, crítico literario freelance, escribe reseñas vandálicas con las que no gana un centavo, pero aspira a vivir como los ricos y famosos de la ciudad. Y aunque son mejores amigos, sin darse mucha cuenta son también enemigos íntimos. Porque el enemigo foráneo viene de Australia, en la forma del director de una revista que promete acabar con la mediocridad intelectual y espiritual que dice encontrar en América.
Los hijos del emperador, uno de los diez mejores libros del 2007 según The Nezu York Times, nominado al Man Booker Prize, sigue la pista de los encuentros y desencuentros de estos tres personajes, de los triunfos y los combates postergados, de la búsqueda o invención del sentido y la propia autenticidad. Pero no parecen ser ellos los únicos atrapados entre el deseo, e incluso la tenacidad, por una parte, y la contingencia, dueña del mundo, por otra. En esta novela nadie está a salvo del desamor, de la idea que tienen del fracaso, del resentimiento crónico hacia el mundo.
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