Contar historias -pintarlas- es, igual que la renuncia a una subjetividad que, aunque engañosa, valga para siempre, una misión para la cual es preciso estar solos. Es, quién sabe, la soledad imprescindible por la que deambulan los personajes andróginos de los cuadros de Remedios Varo. Es la misión que ella decide aceptar de las circunstancias. Y como las historias a veces tienen un final, incluso las historias que se superponen a historias, la de Remedios Varo se interrumpiría, abrupto e inesperado final, el 8 de octubre de 1963, con cincuenta y cinco años, en pleno éxito, en una pletórica madurez artística que, en el caso de Remedios, era igual que decir espiritual. |