«Allí estaba, tan cerca de mí y de mis amigos. Con su leyenda tan presente… ¡y todavía menos que hoy! Por desgracia, no conocí a Miguel Espinosa cuando vivía. En cuanto leí las primeras páginas de Tríbada, me atraparon su singularidad y su originalidad. ¡Qué locura tan lúcidamente analizada por el paciente mismo! ¡Qué sutileza es este delirio de interpretación! ¿Era autista ese hombre, como puede parecerlo Kant? Al igual que el recluso de Königsberg, se encerró entre cuatro paredes en una ciudad, lejos de las pompas y vanidades del mundo: en Murcia. A decir verdad, no tenía necesidad alguna de un horizonte más amplio para abarcar su siglo y el siguiente, que es el nuestro. Su obra hunde sus raíces en el siglo XVII, señalando las semejanzas que hay entre ella y la de otro Miguel: el autor del Quijote. […] Si don Quijote sueña con vivir las aventuras fabulosas de las novelas de caballerías, los protagonistas de Tríbada buscan incansablemente la clave de lo cotidiano más banal, negándose a contemplar el hecho desnudo, que para ellos, y para el autor, es la esencia misma de lo diabólico […]» Extractos del prólogo de Fernando Arrabal |