| Hay muchas fórmulas para narrar la historia de un grupo. Está el énfasis, el ditiramho, donde todo son alabanzas desorbitadas olvidando que no hay empresa humana que no conozca altibajos, tiempos buenos y malos. También se puede buscar la epopeya y desligar al artista de sus lazos con la tierra para encumbrarlo a la categoría de héroe, cuando no de semidiós. Existe el método insidioso, que rebusca en los puntos oscuros, cuando no los inventa, para desmontar la imagen de una figura admirada, cuando no venerada, por miles de personas. Y existe la formula exacta, equilibrada, a través de la cual descubrimos las raíces, el caldo de cultivo donde se ha desarrollado la formación del artista, y que le acompaña en sus logros y conquistas. en sus cuitas y retrocesos. Fernando Díaz de la Guardia, periodista y granadino, suficientemente conocido por su trabajo en radio y televisión en toda Andalucía, ha decidido tomar este último camino, a mi parecer el acertado. Y ha hecho una historia de Los Ángeles llena de sabor local, -sin la Granada de sus comienzos no se entendería su eclosión -, hasta llevarles a lo alto de las listas, a las giras por España y América, a su talento y a sus tensiones internas. De tal modo, que la epopeya particular de cuatro muchachos de la Granada de los sesenta se convierte en modelo de cómo nace, crece, triunfa y muere un grupo. Sin asentarse en lo local, sea en el Duluth de Dylan, el Port Arthur de Janis, o la Granada de Poncho González, es imposible llegar a lo universal, a ese instante mágico en que las ilusiones de cuatro chicos de barrio cristalizan en una realidad. Y Fernando Díaz de la Guardia, componente de un grupo en el que militaba Popi, el hijo de Poncho, ha sabido penetrar en las entrañas de Los Ángeles, en las entrañas de Granada y en las entrañas del rock. Este es su mérito. |
