Uno de los ejercicios más temerarios que puede realizarse en esta vida consiste en entrar en un restaurante donde no conoces al dueño, ni al cocinero, ni al maître, ni a ningún camarero, a un restaurante que tampoco te ha recomendado un amigo de confianza y sentado a la mesa pedir cualquier plato y que te lo sirvan cubierto con una salsa y sin encomendarte a Dios ni al diablo, lo hagas pasar por la garganta hasta depositarlo en la intimidad de ti mismo. De esa clase de veneno estamos hechos.
El prestigio de la cocina mediterránea estriba en su visibilidad. Para empezar uno sabe lo que come. Verduras, ensaladas, pescados, carne, frutas, aceite de oliva, todo al descubierto, de primera mano y sin salsas más o menos literarias que te destrozan el estómago. La cocina mediterránea también es una forma de comer, de alargar la sobremesa, de reír los alimentos. Esto es lo que he comido a lo largo de mi vida. En este libro, junto a unos alimentos terrestres, están mis amigos, mis viajes, siempre acompañados por un aroma que me devuelve a la cocina de aquella vieja casa. |